10 de marzo de 2012

Numismagia
















No esperaba impaciente ningún buen augurio
que me exigiera salir a la calle a buscar caminos.
Lo de fuera, que se redimía sólo a enfriarme la cara,
llevaba encontrándome un par de meses
recorriendo con la mirada las grietas del suelo
y los postigos cerrados,
sin haberse apagado todavía la tarde.

Sólo perseguía estropear la histeria
de la paz que ausentaba
y que el silencio que ponía por excusa,
no fuera tan cierto como creía.

Cuando comenzó el turno de palabra
comprendí, como muchos, la asonada
y me sentí responsable
de olvidar el infortunio de lo que se disipa
si no se frena.
Aunque destartalado todo,
y sin escatimar en afonías,
era grande.
Alcanzaba más lejos de lo nadie pensó.

A sabiendas del abismo,
ni arrancamos la cicuta,
ni editaron el preciso recetario.
No estábamos todos.

En estos huecos que se llenan de historia,
es incluso posible esperar que la utopía nos salve.
Que vengan los ilusionistas y los magos.
Que nos den los escapistas sus trucos.
Que nos regalen una baraja de colores con sus 52 cartas impolutas
y que el Abra Cadabra por fin nos devuelva un comodín.

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