8 de agosto de 2012

Érase que se Erasmus.



¡Camarero!

Yo pedí Frankfurt, no París. Yo quería vivir a las faldas del Banco Central Europeo y rodeada de rubios de metro noventa. Yo quería que mi Erasmus me gritara un: ¡vente pá Alemania!

Pero la vida, en su empeño de sorprenderme, me destina 9 meses a mi remota y 7ª opción (por qué no decirlo, de relleno) en la lista de destinos solicitados.

Al final, con los "ohhh, París" de la gente a la que le iba contando (sin disimular una mezcla entre cabreo y decepción) donde había sido destinada me fui convenciendo de que igual, no me habían estafado con el cambio.

Desde entonces, han pasado 7 meses, un ciclón de papeleo, y toda una persecución de referencias a París, la torre Eiffel y Amélie. 

Ahora, quedan menos de 40 días para coger un avión y con ello, dar el pistoletazo de salida. A tal vertiginosa distancia he dejado de pensar con la cabeza para hacerlo con el estómago cada vez que alguien lo menciona o que la persecución de referencias me lo recuerda en un intervalo de tiempo no mayor a las 2 horas.


¿Sinceramente? No estoy preparada (traduzca el lector este eufemismo como "cagada viva"). Pero pensándolo bien, no iba a estarlo en la vida.

Con mis paupérrimos conocimientos de francés el fracaso está asegurado.
A poco más de un mes empiezas a ser consciente de todo lo que tienes que dejar durante 9 meses y de lo que es peor, de que será insustituible. El miedo te coge del cuello y te escupe en la cara que París es demasiado grande, que corres el riesgo de perderte y no querer encontrarte, que no hay vuelta atrás posible, que te caerás de boca por las escaleras del Sacré Coeur y que solo encontrarás miradas de desconocidos, que no se pueden recibir abrazos por Skype, y que la torre Eiffel es de hierro.

Bajo los "ha sido el mejor año de mi vida" de los que ya lo han vivido, todas sus razones se convierten en mis excepciones. 


Sin embargo, detrás de los atenazantes peros cada vez que me nombran París, se me escapa una sonrisa tras el suspiro reglamentario que dicta el sentido común. Cada vez que veo imágenes de ella es como si me empujaran justo a 20 centímetros del borde de un acantilando y al querer respirar, no pudiese. Como si ya supiese que voy a borrarme las plantas de los pies sacándola a pasear, rindiéndome al encanto de su perfume de marca. Como si la adrenalina rociara mis inflamables ganas con gasolina y ella tuviera la cerilla. 


Algo así como el segundo antes de que en una montaña rusa, el vagón esté a punto de dejarse caer desde lo más alto.



Para evitar los dolores de cabeza que el tema irremediablemente lleva en el ADN, me tomo cada 8 horas una de estas:



"Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, todo el resto de tu vida" 
Ernest Hemingway.


¿Y si la famosa baguette bajo el brazo fuese una metáfora de lo que significará París?



2 comentarios:

VANESSA dijo...

He estado allí y es una de las ciudades más bonitas q he visto, no dejes de ver todo lo que tiene, seguro q al final te alegras.
Besoss

Elogio de la Locura dijo...

Son nueve meses pero seguro que no me da tiempo a verlo todo!
A belleza dicen, no hay quien le gane, así que como soy facilona para dejarme conquistar por las ciudades no tardaré en caer a sus pies.
Iré descargando por el blog parte de su belleza para que no se me atragante ;)
Un besito, guapa!