20 de abril de 2013

Ever(last)ing


Eras 293 kilómetros de abismo,
Eras ayer abrasando dermis,
Eras nudo supurante de perfección con aséptico desenlace.

Aquella noche de martes volviste a tener frontera y tus lunares, relieve.
Volviste a ser carne, hueso y cicatriz.

Me pellizcaba mientras tu sonrisa me hablaba del polvo de tu contabilidad emocional, de la censura a tu cuenta de resultados y de las ruinas de tu muro de contención.
Tus pestañas volvieron a amurallar mi Ciudad de las Luces, el humo de tus cigarrillos a prenderme las costuras del aliento y tus Vans azul eléctrico a bailar sobre el campo de minas que tienes instalado en la boca de mi estómago.
Te saltabas tus mandamientos de témpano del Norte para saldar nuestro Pasivo. Y yo, me perdía en mi incredulidad por el placer de encontrarte luego, en el norte de los cuadros de tu camisa.

Te fumaba en largas caladas.
Prescindíamos de luz, excusas y gramática para leernos en braille.
Fuimos volcanes en erupción, contornos diluidos, novelesco desliz, "I want you" en suspiros, giro de trama para un final feliz.
Volví a ver París encenderse desde tu pecho y a tus brazos en duermevela protestar si se nos intercalaban milímetros de lejanía, a sonreír de perfección viéndote dormir de reojo aunque, como siempre, supieras que lo hacía.
La timidez de tu barba se enredaba en la anarquía de mi pelo y me hacía la dormida cuando la esfera de tu reloj de correa de piel me advertía de que aquella eternidad corría por el desagüe de sus manecillas.





Lo eterno es el instante: la bocanada de aroma que golpea un pecho, el beso aquel sobre el que unos ojos se cerraron, la mano, las mejillas...

Mientras duró fue eterno. Y yo, inmortal a través de lo efímero.

                                                                           Antonio Gala

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