29 de junio de 2013

Tu me manques. Manque vuelva.


La echo de menos buscando el equilibrio en la cuerda floja entre lo compre(n)sible y lo enfermizo.



Aprendí a quererla poco a poco. Con el escepticismo de los primeros días en una mano y mi anillo de casada con Barcelona en la otra. Pero el desgaste de sus adoquines en mis suelas y su filtro de postal hizo lo evitable. Me rendí de rodillas a ese “no se qué” que la hace irresistible. Ni más y menos que ciudad más bonita del mundo. A esa mezcla de dulzura, belleza natural, ligereza en las esquinas, curvas rectilíneas, viento de vainilla, perfume de pâtisserie, señora con venas de historia, sangre de cultura y lunares de marca.
Al insano ritmo de sus tripas de líneas de metro, de rosas colas de ratas, y miradas vacías de sus mendigos.


Creí que no había más perfección que un atardecer en el Pont de la Tournelle, hasta que un día lo probé rehogado con un acordeón. El Sena y la cadencia de sus olas artificiales se convirtieron en mi sístole y diástole. Nunca conseguí decantarme si de día o noche. He enjuaguado heridas y enjuguado flechas en su lluvia. He procrastinado  por encima de mis posibilidades para nadar en su ternura de niña con calcetines de volantes. Los domingos no pesaban en Le Marais y el despertador escocía menos los martes si pasabas en el lunes en Montmartre.

                     

Dudé de la fe de mi ateísmo cada vez que mis pies miraron sin parpadear las vidrieras de Notre Dame y de la Saint-Chapelle. Sangré versos que luego olvidé en las arterias del Boulevard Saint-Germain. Se me han encajonado suspiros en los callejones del Barrio Latino y nunca evité arrugarme el cogote calibrando al gigante de la torre Montparnasse. Automaticé la sonrisa en el “Regarde le ciel” en el cruce entre la acera de la Bibliothèque Sainte-Geneviève  y la de La Sorbonne-Panthéon París  I. Sin olvidar dedicarle un guiño a la placa dedicada a Erasmo de Rotterdam.  Me regaló un final feliz cuando ya no era posible. Inventé paseos entre sus dedos en las mañanas de Saint-Germain. Me respondí frente al espejo de los reglones de Sampedro, Gala, Muñoz Molina o Vargas Llosa en los jardines de Luxemburgo orientada hacia la meca de la cúpula del Panthéon.

Los disparos sordos de las veces  que encontré su nombre de hache intercalada recorrieron a la velocidad de la luz del faro de la torre Eiffel por mi sistema circulatorio. He visto a los transeúntes esconderse una sonrisa bajo la nariz con el finiquito a acuarela de las tardes de París. He aprendido todo lo que puede decirse con una sonrisa y gritarse con las manos. Me emocioné delante de las velas de mis veinte y volví a creer en el amor en la pedida de matrimonio en el Pont des Arts.

Le perdí el miedo a las patas de gallo en el surrealismo de las inagotables anécdotas. Los días se desgranaban con el mismo esqueleto y la piel mudada.  No hubo dos iguales. Ninguna noche se pareció ni siquiera al tamaño de la letra con la que se plantearon. Nadie puso en entredicho la salud de nuestros hígados, caderas o poca vergüenza. Guiñamos descaro con la lengua y la juventud fuera cuando el sol se acurrucaba. Ahogábamos el pudor en cerveza Leffe y rosado antes de que la carroza se convirtiera en calabaza y tuviéramos que pagar entrada. A mediodía recomponíamos el puzzle de recuerdos pantanosos. Maquilladas quedaban para entonces ojeras y fatiga por estar terminantemente prohibidas en el acuerdo de estudios.

El vaho de su sonrisa se coló entre mis cremalleras una noche de diciembre pasada la medianoche en el boulevard du Temple. Se me enquistó en la boca del estómago con metástasis de campo de minas. No sé qué dirán las películas de enamorarse en París, pero es el vicio más peligroso y maravilloso del mundo.

He extendido la mano creyendo palpar una pantalla viendo amanecer en el arco del Triunfo y apagar el día en las escaleras del Sacré Coeur. He descubierto que la fuente de la eterna infancia está en Disney y en vez de amigas he tenido hermanas. He vivido años a ritmo de milisegundo en nueve meses.

Me he calzado los zapatos de Chanel número 59 de l’avenue Montaigne, George V y Champs Élysées. He despreciado el nazismo vivo de Abercrombie y les he sonreído sonrojada a sus porteros. Se me erizó el vello la primera que vi la Torre Eiffel desde Trocadero y he renegado de su chabacanería de hierro meses después. He echado de menos hasta dolerme y sentido hasta perder el conocimiento. He descubierto que, como en las personas, lo mejor de la Ópera está en el interior.

He sido protagonista de una comedia en cada carcajada, y de una de ciencia ficción la mayoría del tiempo. Hemos colado partes de musical en el metro de camino a la discotecas y cada jueves que pusieron “Aux Champs Élysées”. Ha habido escenas y frases de los guiones más azucarados del cine, hemos sido protagonistas de Sexo en Nueva York y nada tuvimos que envidiar a James Bond en las persecuciones en el metro, la vez que probamos la efectividad del cuerpo policial francés y cuando aprendí que al aceite caliente le sienta el agua igual que a un gato. Septiembre fue calcado al corto de Tulleries de "Paris, je t’aime" . Y las despedidas, la más dramática sacudida de la realidad.

                                               

No sé quién es el director de este largometraje. Pero debe quererme mucho.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aiiisss!!! Que gracias me ha hecho ver escrito algo en catalán (no es muy común el mundo blogueril ;)Y en otro orden de cosas:
Que relato más bello!!! Yo soy de Barcelona(ciudad de la que también vivo enamorada:), pero ya hace algún tiempo que París tira de mí con una fuerza irresistible. De hecho no descarto para nada dentro de poquito vivir una temporada allí :) Y con las descripciones que has hecho, me dan ganas de salir volando para Montmatre jajajaja! Espero que tu historia dure lo que duran los sueños...una eternidad :) Si el director te quiere tanto será por algo :)
Un abrazo inmenso!!!

Elogio de la Locura dijo...

Lo dices por el título? es francés :)
Vete!! es maravillosa, y tiene una magia que necesitaría 3 blogs como este para contarlo. No te defraudarán no las miradas por encima del hombro de los parisinos. Si no por qué iba a encandilar a tantos clásicos de la Literatura? ;) Espero un relato en tu blog. Gracias una vez por estar por aquí! Un bisous gros que dirían ellos :D