11 de diciembre de 2012

'till whenever you want

Llamaste lentamente a la puerta. Apenas tus nudillos rozaron el contrachapado. Entraste de puntillas sobre tus Vans azul eléctrico. Te quedaste en la entradilla, en silencio. Y a mí me pareció oír el tintineo reposado de las llaves meciéndose en la cerradura. Esperaste mientras yo reía a carcajadas desde el salón. Apenas te atrevías a mirar la sombra de tu abrigo en el parqué.

Hasta luego, dije, desde tan cerca que perdí la nitidez de tus pestañas. Espero volver a verte, me dijiste mientras me sujetabas la cabeza por debajo de las orejas.

La segunda vez, sonreías sin parar de estrujar mi nariz. La casualidad cogió cartas para la próxima partida, y el argumento de un simple desliz se consumió en cenizas.
Me declarabas culpable en un inglés perfecto y mi parte se volvía vulnerable. Esperabas la protesta de mi abogado pero esa noche yo solo llevaba lo puesto.

Aquel viernes te noté en mi espalda antes de que llegaras. Llevabas allí todo el día . Me miraste y apenas me diste tiempo para sostenerme antes. Cuando creí que caía de cabeza llegó la empuñadura de tu abrazo a mi cintura y mi nariz, al único cáliz del que había echado de menos no beber cada domingo. Yo apretaba, emblanqueciéndome los nudillos, los remaches de la armadura que habías deshilachado en cada conversación que acababa en sonrisa. Y entonces la gravedad te echó una última mano. Me solté de los castigados pespuntes para agarrarme a tu pelo un segundo antes de que tu saliva me hiciera perder el conocimiento.

Ven, dijiste. Y quédate todo el tiempo que quieras en estos 20 metros cuadrados llenos de libros y apuntes desordenados. Dido sonaba de fondo.





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