30 de enero de 2012

Demasiado tarde. Ya no aceptamos quejas.

Me aterra hasta límites incalculables que la sociedad necesite en todo momento un malo sobre el que descargar su culpabilidad.
Hace unos meses hablábamos aquí de relativizar la figura del mal encarnado en la que se había convertido Bin Laden.

Hoy vamos con otro malo. El nuevo malo oficial mundial. Los bancos. Ahora les toca a ellos.




"Ellos son los verdaderos artífices y detonadores de la crisis, los culpables de que millones de familias estén con el agua al cuello y de que el mundo desarrollado, tenga un resbaladizo pie suspendido sobre el abismo".

¿De qué os quejáis, de qué os sorprendéis o de qué os escandalizáis? Un banco es una empresa, cuyo primer y único objetivo (como empresa que es) es maximizar el beneficio y minimizar los costes. Tal y como dicta el mercado, el sistema y la teoría económica.

Vale. Ese parece ser el problema, ¿no?
Os habéis planteado que los bancos no están regidos más que por personas como tú y como yo. Que tienen su familia, sus amigos y que tuvieron las mismas aspiraciones que tú. Ganar un buen sueldo, por ejemplo. De acuerdo.

¿Por qué nos quejamos ahora que no nos dan lo que queremos? Nos molestan cuando nos quitan el caramelo que tanto rechupeteamos en el pasado sin importarnos lo pernicioso que pudiese llegar a ser para nuestro dientes.
Pero entonces, solo nos importaba el sabor, no el azúcar.
Ahora, que todo no va a nuestro favor, nos quejamos. Claro. Antes no lo hacían mal, pero ahora sí. ¿Quién iba a quejarse en época de bonanza cuando te daban todo el dinero que pidieses por tu boquita sin pedirte apenas nada a cambio? Pero ahí, nadie abrió el pico. Preferíamos poner la mano.



¿No os dais cuenta que este sistema del que tanto renegamos (ahora) no es más que una extrapolación exacta de nuestra condición humana? Porque el humano, os moleste o no, es egoísta y pueril.
Todos los que hacen cola para comprar un boleto de navidad no es más que un ejemplo de lo que somos en realidad. Esa ambición absurda de buscar el dinero, por el dinero, de confiar nuestra felicidad en tener más que el vecino nos ha llevado a este extremo del precipicio donde la respiración se nos entrecorta.

Resulta que estamos en el punto justo al que hemos querido llevar la situación. Pero claro, es mucho más fácil quejarse cuando las consecuencias ya están encima al borde de partirnos los hombros.


No tenemos más que el sistema que nos merecemos.

Hay algo mucho más urgente que reformar, antes que el sistema financiero.

2 comentarios:

Яaƒ dijo...

Completamente de acuerdo... Aunque, me pregunto si quejarnos y buscar culpables también es parte de nuestra condición humana...

Elogio de la Locura dijo...

Absolutamente, Rakro, absolutamente.
La necesidad imperiosa de quejarnos a todas horas es otro síntoma de la ambición. Y lo de buscar culpables... una irresponsabilidad.
Un abrazo :)