11 de noviembre de 2012

Aprendí a vivir desnuda

Hacía un frío paralizador y noté como, de repente, comenzaba a caer una lluvia basta y uniforme.
Corrí hasta refugiarme bajo uno de los arcos de la plaza, con el único fin de no perder las manos que había dejado de sentir.
Me mantuve allí durante un rato, esperando que más gente se protegiera también.
Nadie abrió su paraguas.
La mayoría lo mantenía colgado de la muñeca, o lo usaba a modo de bastón.
Pero nadie, nadie lo desplegó.
Ni siquiera agacharon la cabeza o entrecerraron los ojos, como hacían otras veces.
Todos siguieron impasibles, como si la lluvia no fuera con ellos. Como si no notaran, como yo, las gotas en las mejillas, como fracciones violentas de agua a punto de helarse.

Parecía que aquello era solo para mí y que ya siempre llevaría conmigo ese clima aborrecible.

Me resigné por fín a dar un paso hacia delante, luego dos más
y diciembre llovió, desangrándose para mí.

A sabiendas de mi empatía.


Foto: Pau Salinas

2 comentarios:

Lola dijo...

Si esto es solo el principio, creo que en vez de quitarme el sombrero voy a empezar a desnudarme.

Gincrispi dijo...

Hola, bonitas letras. Me paso a invitarte a mi nuevo blog.

http://ispainteve.wordpress.com


Saludos.